La nu-belle del momento

El encuentro en la laguna podrida

Saliendo de las casillas hacia ninguna parte, de pronto me topé con una laguna pequeña, que del lado en el que estaba se encontraba llena de basuras, maderas podridas, perros muertos. El agua brillaba enfermiza entre las latas de aceite: la superficie se irisaba en tonalidades ajenas a la vida, pero vivas ellas mismas. Hacia el horizonte la laguna se transformaba en un totoral gris: por un momento creí que las ramas estaban hechas con tubos de cartón. Más atrás el paisaje terminaba en los fondos de una enorme fábrica de productos químicos; las aguas de la laguna probablemente fueran sus efluentes contaminados. El cielo exponía uno de esos atardeceres increíbles, de colores bellísimos, que están causados por alguna catástrofe volcánica en la otra punta del mundo. Se daba un diálogo entre dos partes que se sostenían una a la otra, la tierra gris y podrida y el cielo multicolor, habitado quizás por Dios. Sin embargo, esa puesta en escena hecha con degradación y basura combinadas con el espectáculo más sublime, la mierda con un cielo de Atalaya, estaba relacionada con mi propio interior, con la fisura que se iba profundizando lentamente, sin que yo lo supiera, en mi más íntima porcelana; como si todo aquello que se iniciaba en aquel volcán que desplazaba todas las escalas durante un instante aterrador en el que la humanidad tomaba conciencia de su insignificante dimensión, dejando el recuerdo de la ruptura de las reglas —del carácter circunstancial de las reglas— escrito durante semanas en el cielo, en la forma de un atardecer extraordinario, no fuera más que la proyección de un proceso que ocurría exclusivamente dentro de la órbita de mi intimidad.
Con un sobresalto advertí que durante todo el tiempo en que me había quedado reflexionando acerca de lo que el paisaje tenía de signo de mí mismo, alguien más había formado parte de él; parado sobre una pila de maderas rotas y podridas, recortado contra el cielo coloreado, mi primo gemelo Miguel Ángel sonreía a contraluz. Sus dientes brillaban y su mirada expresaba alegría o ironía. Imprimía un balanceo al tablón veteado de gris sobre el que estaba parado; cada vez que bajaba, el tablón cacheteaba el agua aceitosa; cada vez que subía, su cabeza se rodeaba de la aureola multicolor, fabulosa pero menguante, del cielo vespertino.
El Cultito, TiTo Arrúa, nouvelle, 104 pp.

El Entraterrestre


En el desierto, los polvorados estaban hambrientos y perdidos. Seguros de que para obtener algo sólo hacía falta desearlo. Tenían la fuerza de la masa, que es la misma fuerza de la locura. Avanzaban como una fiebre letal. Sus pasos descalzos sobre la arena sonaban como zapatos sobre el mosaico. Eran una jauría de hombres inmortales. Eran puntos que formaban una flecha, dirigiéndose al mundo infinitésimo.
Radal: No vamos a cambiar el mundo, sino que es el mundo el que va a cambiarnos a nosotros.
Penumbrades: Creo que entiendo. Es como cuando el ser humano deja de usar un dedo del pie, por ejemplo, y entonces la naturaleza ya no se lo proporciona. ¿No es así?
Radal se indignaba, cada vez que hablaba con Penumbrades terminaban conversando sobre pies.
Se sentaron a descansar. En círculo, porque se habían propuesto imitar siempre a la naturaleza. Porque a ella buscaban, y todos comenzaban a aprender que para encontrar algo, había que convertirse en eso.
Entre las estrellas desparramadas como un juego de azar, y los puntos de arena apilados sobre la tierra, estaban los polvorados. No sabían a dónde iban, ni cuánto duraría el viaje.
El Entraterrestre, Diego Seoane, novela, 120 pp.

Máscara y Vacío


Impresionante. Anahí Ferreyra se metió en la cabeza de Syd Barret. Investigó toda la época del principio de Pink Floyd y escribió una novela donde cuenta en situaciones aparentemente reales como era la vida de aquel extraño personaje; algo raro que ocurre es que son los pensamientos del mismo Syd los que nos llevan a ese incierto lugar en donde la realidad se quiebra, y Syd se aleja...
Máscara y Vacío es un libro que sorprende. Uno viaja al mismísimo lugar en donde Syd Barret está a punto de saltar hacia otro lado. Hay diálogos, anécdotas, ensayos, comentarios de los otros músicos y por sobre todo locura. Una locura que vaya uno a saber cómo Anahí logró contar en su adolescencia de una forma tan vívida y real.
Pablo Strucchi
Máscara y Vacío, Anahí Ferreyra, novela, 188 pp.

Tetris


tetЯis explora la contundencia de lo dicho en un espacio textual acotado, voluntariamente restringido, para encontrar la síntesis de la experiencia, su justificación oculta. Pero lejos está de pretender develar una sistematización del mundo: en los breves textos hay un doloroso intento de crear, a través del lenguaje poético, una ecuación de la propia subjetividad, una búsqueda del verbo destilado que cartografíe el fragoso espacio interior.

después de la lluvia
después del juego
el sortilegio de una risa
regalo improbable
como una flor arrancada de
futuro

tetЯis, Caligari, poesía, 40 pp.