Relojes, perros, gases, gatos y un gallo


Una vez, mientras viajaba en subte, se había obsesionado con una mujer que estaba sentada en frente. Era muy hermosa, de apariencia algo salvaje, despeinada, con los jeans rotos y las uñas roídas. El la miraba sin pestañear. Ella le dirigía miradas tentadas de risa de reojo. El tenía los apuntes de la facultad y un resaltador en sus manos. Dudó, el plan le daba vergüenza, pero no habría otra oportunidad. Trató de plasmar en un poema improvisado todo aquello que había pensado. Al final del mismo, anotó su nombre, su teléfono y e - mail (perdedor@looser.com) Se puso de pie rápidamente y se lo entregó. Luego ascendió mucha gente al subte, de modo que él tuvo que quedarse parado y aferrado débilmente a uno de los caños más cercanos; debía esforzarse mucho con el cuello para poder seguir viéndola. Ella le dirigió una serie de miradas que se sucedían cada cinco segundos. El las contó: fueron veintisiete miradas. Ella descendió, y lo saludó cuando el subte arrancó.
Se había establecido entre ellos un lazo, se habían entendido y, sin embargo, ella no lo llamó ni le escribió. El esperó ese llamado durante meses.Se acordó de ella, de lo que le costó superar aquel episodio, de lo que tardó en olvidar su rostro, su cabello largo, sus jeans rotos y la relacionó con Alelí. ¿Acaso no estaba sucediendo algo parecido?

Relojes, perros, gases, gatos y un gallo - Dafne Mciulsky - junio de 2009

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